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Opositores a la sombra de Milei – Por: Gustavo González

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Hoy la misión redentora de Milei aparece más fortalecida que la razón de ser de sus opositores. Líderes arrinconados entre las sospechas de corrupción y la responsabilidad por los fracasos de más de una década.

DANIEL SALMORAL.- La aprobación en Diputados de las leyes que el Gobierno debió consensuar sumado a la negociación que aún se extiende en el Senado pueden interpretarse como un límite que la oposición les impuso a las pretensiones oficialistas.

Es correcto, pero lo sorprendente no es que una oposición ampliamente mayoritaria logre imponer algún nivel de mesura. Lo novedoso es que un no-partido integrado por bancadas minoritarias y liderado por un outsider les marque la cancha a los demás.

Centralidad. Lo que hace que un hombre sin trayectoria política, sin estructura partidaria, sin mayorías legislativas, sin relaciones previas con los establishment nacional e internacional, hoy negocie mano a mano con una oposición mayoritaria es lo que le falta a esa oposición.

Lo que hace Javier Milei y no hace la oposición es una demostración extrema de seguridad, pasión y misión de vida. En este punto, no es relevante si el combustible íntimo que lo moviliza es su delirio místico y el inteligente uso de sus fragilidades personales y políticas. Lo importante es el liderazgo que, pese a todo ello, logra ejercer.

Su centralidad echa luz sobre la oscuridad de quienes, se supone, son los profesionales de la conducción política. Por un lado, el poder de dos hermanos (un exanalista de cuentas y excéntrico panelista televisivo y una exaficionada a la pastelería y al tarot). Por el otro, opositores que, frente a ellos, parecen desdibujados, temerosos y hasta deprimidos.

Cuando los opositores tratan de devaluar a Milei por su falta de experiencia en los manejos del Estado y por sus desequilibrios emocionales, lo que hacen, sin querer, es devaluarse ellos. Porque son tan acertadas sus críticas que al exponerlas revelan con qué poco los dos hermanos terminaron venciendo a los grandes partidos y con qué tan poco siguen negociando de igual a igual con bancadas mucho más numerosas y experimentadas.

La centralidad de Milei sobresale porque se da en medio de resultados económicos como los de la pandemia

Los estrategas de la oposición sí conocen cómo se administra el Estado o al menos una porción de él. Esa debería ser su fortaleza, aunque actúan como si fuera una debilidad, asumiendo el relato anarcocapitalista de que los expertos en cuestiones de Estado son una “casta”.

La voracidad decisionista de Milei contrasta con el estilo de políticos acostumbrados a decidir cada paso después de consultar a sus asesores y ver qué dicen las encuestas.

Milei no es estratega. Es táctica en estado puro. Como él reconoce: primero choca y después ve cómo sigue.

Es cierto: no parece que ese sea el camino más saludable para conducir un país. Ni que el relacionamiento presidencial deba ser a través de insultos y destratos con los que no piensan como él.

Pero así es quien hoy parece el eje del sistema solar argentino.

Normalidad. El consenso político y mediático de hacer de cuenta de que todo esto es normal lleva a naturalizar que la misma persona que ve que el comunismo avanza en el mundo es la misma que ve más perros de los que realmente viven con él en Olivos. Que es el mismo que se siente empoderado por Dios, de quien cree haber recibido la misión de terminar con el “Maligno” en la Tierra.

En cualquier caso, la misión divina que guía a Milei revela que los políticos tradicionales perdieron la suya, la fuerza vital, el impulso irrefrenable de creer que la política sirve para algo que los excede.

¿O algo de razón tiene Milei (y la parte de la sociedad que lo eligió para reflejar esa razón) cuando los trata de casta, de solo pensar en cómo mantener o recuperar cargos con el único objetivo de vivir del Estado o, peor, robarle al Estado?

No hay mucho misterio sobre eso: los políticos se parecen a los sectores a los que espejan y representan. Y, como ellos, pueden tener mayor o menor propensión al trabajo o estar más o menos capacitados para el puesto que ocupan, pero la mayoría son honestos y creen que lo que hacen puede servir a la sociedad o, al menos, a la parte de la sociedad que los votó.

Su misión divina revela que los opositores perdieron la suya, la fe en que la política sirve para algo que los excede

Aunque es verdad que la corrupción existió y existe, y que ofende más cuanta más pobreza hay. Además, es posible que la profesionalización extrema de la política puede debilitar el impulso original de perseguir la utopía de un futuro mejor.

Por el motivo que fuera, hoy la misión redentora de Milei aparece más fortalecida que la razón de ser de sus opositores. Líderes arrinconados entre las sospechas de corrupción y la responsabilidad por los fracasos de más de una década.

Sin la fortaleza espiritual proveniente de algún designio ideológico o místico, a los elegidos para dirigir a la oposición les cuesta dirigirse ellos.

Mientras tanto, Milei avanza sin medir costos. En general lo hace con cierta crueldad, sin empatizar con los dramas que genera “el mayor ajuste de la historia”, como lo llama con satisfacción. Y como buen líder mesiánico, es dogmático: la negociación es solo un recurso de última instancia.

Su centralidad sobresale especialmente porque lo hace en medio de resultados económicos como los de la pandemia. La diferencia es que ya no hay pandemia, ni fábricas ni comercios cerrados por el confinamiento. Sin embargo, los índices que se conocen a diario sobre el estado real de la economía son iguales que entonces.

Realidad. Puede resultar una agobiante enumeración de indicadores, pero detrás de cada uno está el drama de miles y miles de personas.

Fíjense, son todos datos interanuales:

La producción industrial de marzo cayó un 21,2%; la utilización de la capacidad instalada es apenas del 53,4% (como en la pandemia, la más baja de la historia); la producción de carne vacuna cayó un 7,6% en el primer trimestre; la de carne bovina, un 8% en ese período; la faena bovina, un 18,7%; la faena porcina y aviar, un 5,8%; la producción de calzado de marzo, un 29,1%; la producción de ropa, un 18,6%; la producción textil, un 33,6%; y la producción láctea, un 17,3%.

La construcción cayó un 42% (48 mil empleos menos en cinco meses); la venta enero-abril de autos usados, un 11%; la producción de autos nuevos enero-marzo, un 21%; los salarios de los trabajadores formales cayeron un 17,7% en el primer trimestre; los salarios informales, un 37%; las jubilaciones mínimas, un 24% desde diciembre; el resto de las jubilaciones, un 37%.

En los primeros tres meses se perdieron 100 mil empleos (según el Centro de Economía Política Argentina). En los primeros cuatro meses, el empleo cayó un 1,4%.

En las últimas semanas se conocieron despidos, suspensiones y retiros voluntarios en grandes empresas como Acindar, Pepsico, General Motors, Toyota, Renault, Fate, Changomas, Jumbo y Diarco. Según CAME, la actividad de las pymes se derrumbó un 19,1% en el mismo lapso.

La parálisis económica es la causante de que la recaudación impositiva cayera en abril un 13% en términos reales, a pesar del incremento del 210% del superimpuesto país a las importaciones.

Esta pandemia económica tiene su correlato en la destrucción del consumo. Con una inflación que, pese a que se desacelera, trepó al 65% en los primeros cuatro meses del año.

El consumo de carne vacuna cayó un 17,6% en el primer trimestre (los 42,6 kilos anuales actuales representan el consumo más bajo en 30 años); el consumo lácteo, un 18,7%; el de carne bovina, un 18%; las ventas de consumo masivo perdieron un 5,1% en el primer trimestre; las ventas en hipermercados, un 15,4%; la venta informática y tecnológica, un 33%; el consumo de telefonía móvil de una empresa líder como Telecom, cayó un 23,6% en el primer trimestre y un 37,5% el de la TV por cable.

Liderazgos. Que, pese a todo, el Presidente conserve altos índices de aceptación (altos en relación con la magnitud del ajuste, son más bajos que los que ostentaban sus predecesores a esta altura del mandato) habla del derecho a la esperanza de un amplio sector de la sociedad.

El mismo derecho a la desesperanza que le asiste al resto.

Pero también habla de liderazgos.

El de un presidente capaz de convencer de que todo lo que está mal en realidad estará bien.

Y el de opositores que deben recuperar su misión, su impulso vital, la razón por la que fueron elegidos.

Fuente: Perfil