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Hasta que vino el diablo y metió la cola – Por: Carlos M. Reymundo Roberts

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DANIEL SALMORAL.- Al Gobierno le llegarán días mejores. Porque los peores, los más piores , los acaba de vivir. Un amigo neurólogo, estudioso de la psiquis humana, me dice que le preocupa cómo van a reaccionar en tres o cuatro semanas los grupos más expuestos a esta situación de estrés permanente. «Los políticos, los médicos, los milicos que están en la calle y también ustedes, los periodistas, van a tener la cabeza quemada. Alberto va a tener la cabeza en llamas, porque está demasiado expuesto». Tendría que preguntarle a mi amigo si ya le está viendo al Presidente algunos pelitos chamuscados.

No sé si fue estrés, o miedo, o la necesidad de construir poder con aliados fuertes, con patovicas, lo que lo llevó a convertir a Hugo Moyano en un buen samaritano. Ahora que para todo hay un tutorial, haber amontonado el mismo día a un millón de jubilados en las puertas de los bancos parece seguir al pie de la letra una de esas instrucciones: «Receta fácil y segura para contagiar a los abuelos». La compra de comida con sobreprecios exorbitantes también vendría a demostrar el agotamiento de muchos funcionarios: pagaron de más porque están hartos de regatear descuentos a proveedores desalmados que lucran con el hambre. Una lucha desigual: de un lado, el abnegado staff del ministro Arroyo, surgido del probo peronismo bonaerense; del otro, la mezquindad de empresarios que «se plantaron». ¡Salvajes! Salvajes y fresquitos, porque algunos eran vulgares sellos de goma constituidos para la ocasión; y otros eran tan truchos que usaron gomas para borrar los sellos. Conocemos el resultado de esa justa tan injusta: pérdidas para el Estado de al menos 300 millones de pesos, proveedores enriquecidos, legiones de personas comiendo fideos al precio de sushi y 15 funcionarios echados bajo el cargo de cansancio moral. Vaya a saber si esos pobres tipos ahora conseguirán trabajo.

Se me está ocurriendo algo. Como el Presidente acaba de darles poder a los intendentes para que controlen los precios máximos -una reedición de la eterna lucha del bien, los políticos, contra el mal, los empresarios-, se podría contratar a los 15 que quedaron en la calle. Con la sed de venganza que tienen, no hay mejores perros guardianes de la plata de la gente. Caerán sobre los comerciantes deshonestos con todo el peso de la ley. Se les plantarán. Incluso pondría a uno de ellos, al más sagaz, a controlar las compras del nuevo staff de Arroyo.

Lo del ciberpatrullaje para «medir el humor social», revelado por la ministra Sabina Frederic, es otra manifestación de que a algunos les está costando ordenar las ideas. Filtrar lo que dicen. A Sabina le pidieron que haga espionaje en las redes, y ella, ya sin aliento, va y lo cuenta. Hasta para disculparse estuvo poco feliz: «La frase sobre el humor social no fue la mejor». El problema no es la frase, sino que la inteligencia interna está prohibida por ley. Creo que va aprendiendo. Le cuesta un montón, pero va aprendiendo. No le tiraría las orejas. La tiraría a descansar. «Sabinita, tan esforzada, dormí tranquila. Te despertamos pasado mañana».

Como en el Congreso no puede hablarse de exceso de trabajo, la decisión del bloque oficialista de rechazar la baja de las dietas reclamada desde los balcones hay que atribuirla a otros motivos. La hipótesis más firme es que corrían el riesgo de no llegar a fin de mes. Nadie quiere una foto de diputados senadores haciendo fila en comedores populares. Algunos, los que tienen más ahorros, o son más desprendidos, prometieron hacer donaciones. Graciela Camaño cedió toda su dieta a la Fundación del Padre Pepe. Máximo Kirchner, al Instituto Patria.

Hay jueces que, al límite de sus fuerzas, firman cualquier cosa. Daniel Obligado le otorgó a Amado Boudou la prisión domiciliaria. No lo liberó de sus pecados, pero sí de purgar la penitencia en una celda. La misma línea de conducta: hace dos semanas no encontró motivos para concederle el beneficio; ahora no encontró la forma de justificarlo.

Nadie, claro, sufre las presiones de Alberto, que se ha puesto la pandemia sobre sus hombros. La verdad es que hoy, por inversión propia o por el default de su gabinete, ha caído en la tentación de ser al mismo tiempo presidente, jefe de Gabinete, ministro de Salud, de Economía, del Interior, vocero… Ah, y legislador. Está gobernando por decreto. Pepe Nun dijo en el programa de Laura Di Marco que muchos líderes mundiales aprovechan la guerra contra el coronavirus para darse poderes absolutos. No sería el caso de nuestro profesor, que sin chistar se reviste de vicepresidente cuando Cristina lo llama o lo visita en Olivos.

Debe ser por ese nivel de saturación que no está pudiendo frenar la última locura: un nuevo impuesto de confiscación de dinero a millones de argentinos. Impuesto Patria, se lo llamó al principio. Para las denominaciones son unos genios: impuesto Patria, impuesto PAIS, ley de solidaridad social, «se plantaron» y «pucha», el ya célebre lamento albertiano. Cómo me gustaría tener esa facilidad de palabra.

Conclusión: tres semanas atrás quería agradecerles a los cielos los aciertos del Gobierno en la crisis. Hoy me estoy por encarar con el infierno: che, dejen de hacer estropicios.

Fuente: La Nación