Inicio Opinión ¿En serio la democracia está en riesgo? – Por: Eduardo van der...

¿En serio la democracia está en riesgo? – Por: Eduardo van der Kooy

153
0

En un día el presidente Luis Lacalle Pou de Uruguay cesó a dos ministros, una viceministra y un asesor. Maneras saludables de no colocar a la democracia en peligro.

DANIEL SALMORAL.- Se advierte un nítido contraste en el último tramo de la campaña que desarrollan Sergio Massa y Javier Milei. El ministro-candidato está embarcado en una actividad frenética, que combina un sinfín de recorridas, apariciones mediáticas, actos oficiales y promesas de buenaventura si se convierte en presidente. Transmite la impresión de estar jugando todas sus fichas. ¿Señal de que no se siente ganador o simple arremetida para intentar sacar una ventaja indescontable a su adversario?

El diputado libertario transita una etapa conservadora. Visita los territorios que podrían resultar clave para su ambición de triunfo. El cierre de la campaña en Córdoba es un ejemplo. Dosifica las apariciones mediáticas y elige a sus entrevistadores. Hay varios que no le caen bien. Ordenó a sus voceros después de un par de irrupciones infelices de Diana Mondino. Descargó en Guillermo Francos, presunto ministro de Interior, la responsabilidad de que el acuerdo con el PRO no empalidezca su figura. El protagonismo de Mauricio Macri en los últimos días estuvo posado en Boca Juniors.

Milei posee una constancia que registran los trabajos de opinión pública. Los votos de Patricia Bullrich van migrando hacia La Libertad Avanza. Eso explicaría en gran medida su estrategia prudente. ¿Señal de que percibe factible la victoria o cuidado por los desacoples de la alianza que pretende conducir y su misma propensión a los desboques?

La ofensiva de Massa parece total. No se recuerda ningún candidato en 40 años de democracia (ni Carlos Menem ni, tal vez, Cristina Fernández en sus reelecciones) que hayan utilizado tan desembozadamente los resortes del Estado para la campaña como lo hace ahora el ministro-candidato. El titular de Transporte Diego Giuliano, hombre suyo, milita con apoyo de los sindicatos el estallido de las tarifas en la hipótesis de que gane Milei. Alberto Sileoni, ministro de Educación de Axel Kicillof, avala en escuelas y universidades bonaerenses monsergas a los alumnos sobre la pérdida de la educación pública gratuita. Gabriel Katapodis, ministro de Obras Públicas, alguna vez persona seria, junta a trabajadores del rubro para alertarlos sobre la hecatombe que puede sobrevenir. Tres gobernadores del PJ del Norte alertaron que no podrán pagar los sueldos si Milei triunfa. Gerardo Morales, el presidente de la UCR y mandatario de Jujuy, anticipó lo mismo. Su colega partidario de Corrientes, Gustavo Valdes, negó que exista tal peligro.

El latiguillo preferido de todos, incluidos los kirchneristas en la clandestinidad, es que una victoria de Milei pondría a la democracia en peligro. Como si no lo estuviera ahora mismo producto de una crisis estructural (política, económica, social, cultural y emocional) que el Gobierno de Alberto Fernández y Cristina se ocupó de profundizar estos cuatro años. La incubación viene de más lejos.

La primera interpelación que deberían formularse sería las razones de la aparición del hasta hace dos años desconocido Milei. El sayo le calza también a Juntos por el Cambio. Alberto suele comentar que se trata de un fenómeno mundial que, a juicio suyo, habría acelerado la pandemia. Pone como ejemplo a Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil. Fueron anteriores al Covid. Ambos terminaron atentando contra el sistema (están sometidos a juicios por las rebeliones que alentaron al final de sus mandatos), pero ni destruyeron la economía, ni empobrecieron a las sociedades más allá de sus promedios históricos.

También habría que indagar en el desprejuicio político oficialista que colaboró con el asentamiento de Milei. Esa historia comenzó en las legislativas del 2021. Se ahondó cuando llegó la hora de poner en juego el poder central. No hay pruebas de la ayuda económica que se brindó al candidato libertario. Hay otras pistas. En febrero La Libertad Avanza anunció el acuerdo con el Partido Unión Celeste y Blanco, que alguna vez el empresario Francisco De Narváez, ahora uno de los financistas de Massa, utilizó para ganarle a Néstor Kirchner en 2009. La agrupación era presidida en Buenos Aires por Carlos Fabián Luayza, funcionario de Kicillof en el área educativa, convertido hoy en diputado libertario. Uno de los que, junto a Viviana Romano, del mismo palo y también electa, han cuestionado, entre otros, la alianza de Milei con el macrismo.

El diseño pergeñado sobre todo por Massa consistió en que el crecimiento de La Libertad Avanza perjudicara a Juntos por el Cambio. Una parte del objetivo se cumplió y explicaría dos cosas: que el ministro-candidato esté en el balotaje habiendo ganado por un margen impensable las elecciones de octubre; además la diáspora opositora que parece haber dejado sin vida a Juntos por el Cambio. Otra parte estaría derivando en una sorpresa: el tercio que Milei no pierde y la migración del voto anti kirchnerista hacia ese campamento.

Es cierto que la victoria de Milei podría abrir las puertas de la Argentina a lo desconocido. El problema es que lo conocido (el kirchnerismo y la entronización fáctica de Massa, en la coyuntura como jefe supremo) destila hace mucho olor hediondo. Sería vano detenerse en el desastre económico que va dejando la gestión del ministro-candidato. El hombre que, dicen muchos, evitó que el barco se hundiera. Ese barco está hundido, aunque finjan lo contrario.

La democracia está en peligro por la degradación institucional a que fue sometida también por este gobiernoEl último episodio de espionaje revelado es apenas un símbolo. El juez Marcelo Martínez de Giorgi destapó una olla compactada por el fiscal Gerardo Pollicita en 1.652 carpetas. Explicaría, como escribió Héctor Gambini en Clarin, la maquinaria de violación a la vida privada de funcionarios, empresarios, jueces, políticos, periodistas y deportistas que funciona hace años en la Argentina.

Hay un antecedente lejano que complementa el círculo. Martínez de Giorgi tiene la causa de las carpetas encontradas en la casa en El Calafate, de Néstor y Cristina Kirchner, ocultas en una bóveda. Fue un procedimiento de Claudio Bonadio en 2018. El magistrado luego falleció. Allí, como en el nuevo bochorno, hay de todo. Espionaje contra ex funcionarios menemistas, empresarios amigos de Massa, el topo Jaime Stiuso y la jueza Sandra Arroyo Salgado, viuda del fiscal Alberto Nisman, que murió un día antes de su informe al Congreso sobre el Memorándum de Entendimiento con Irán.

Prestando atención a ciertos engranajes de aquella maquinaria se concluye que el objetivo prioritario fue uno: el Poder Judicial. Sobre aquel entramado se fue gestando el juicio a la Corte Suprema en Diputados cuyo progreso debió frenarse después de las recientes novedades. Los actores que afloran no dejarían dudas sobre quién estaría detrás de la manipulación: la vicepresidenta. El diputado Rodolfo Tailhade, receptor de información de múltiples topos, es clave en la estrategia judicial de Cristina. Impulsa aquel juicio, está en la Magistratura y ha sido promotor de denuncias contra opositores y periodistas.

Fabián “Conu” Rodríguez es otra pieza fundamental. Encargado de recolectar y pagar con fondos públicos información secreta sobre jueces que le proveía al ex policía detenido Ariel Zanchetta. Pertenece a La Cámpora y remite a Máximo Kirchner. Es funcionario jerárquico en la AFIP que conduce el ultra K Carlos Castagneto. Nadie lo conocería en el organismo: oficiaría de ñoqui con sueldo millonario. La AFIP depende de Economía. Massa guarda silencio. Con el “yategate” de Martín Insaurralde se disfrazó de justiciero.

Otro nombre que sobrevuela es el de José Glinski, titular de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA). Cercano al camporismo. Especialista en traficar información delicada, tuvo protagonismo controversial en la causa por el intento de magnicidio contra Cristina. Responsabilizó a la jueza María Eugenia Capuchetti por el borrado de información del teléfono de Fernando Sabag Montiel, principal acusado. Casualmente la vicepresidenta pretendió correr de la investigación a la magistrada. La Cámara Federal desestimó aquella acusación.

Ninguna de esas irregularidades produjo alguna respuesta política de parte del Gobierno. Alberto no está. Massa sólo hace alardes cuando puede. Vale por este episodio una comparación. En Uruguay estalló un escándalo por la concesión subrepticia de un pasaporte a un narcotraficante de esa nacionalidad que es buscado en el mundo. En un día el presidente Luis Lacalle Pou cesó a dos ministros, una viceministra y un asesor. Maneras saludables de no colocar a la democracia en peligro.

Esa calamitosa herencia K sumada a la crisis económica son las sobrecargas que Massa está obligado a sobrellevar en campaña. Plantea un verdadero desafío para el debate presidencial, si es que Milei posee aptitud para explotarlas. Lo supo hacer la postulante a vice, Victoria Villarruel. Eludió hablar de propuestas, pero lapidó a Agustín Rossi con el recitado de las tropelías kirchneristas.

Milei viene hablando menos de economía. Sigue lanzando definiciones que llaman la atención si se piensa que puja por la jefatura del Estado. Se entiende su enojo con Lula por la ayuda, incluso financiera, que brinda al ministro-candidato. Pero no debería ni insinuar un rompimiento de relaciones con el principal socio comercial de la región. Tampoco escudarse en el comunismo (su reloj atrasa) para proponer un distanciamiento con China. Abona, sin darse cuenta, a la campaña kirchnerista del miedo.

Los comportamientos del ministro-candidato y del libertario ilustran el clima político. Un trabajo de la consultora ARESCO revela que un tercio de los votantes de Massa y Milei lo harán sólo para que el otro no gane. Acumulación de bronca y odio. Sentimientos inquietantes para saldar un balotaje presidencial.

Fuente: Clarín