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Cristina Kirchner pasa de las cartas a las balas – Por: Eduardo van der Kooy

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DANIEL SALMORAL.- De las epístolas ofensivas de Cristina Fernández, el teatro del Gobierno viró al fuego cruzado. Se trata de una escalada política interna que sucede mientras el Presidente se debate entre el recrudecimiento de la pandemia y la persistencia de una crisis económico-social. En ambos casos carecería de respuestas solventes.

¡“Basta loco”!, se enojó la ministra de Justicia, Marcela Losardo, cuando desde el universo K se la acusó, junto a su esposo, de poseer cuentas off shore. Información vacua y vencida. La funcionaria ha sido en este año la más hostilizada por la vicepresidenta y su entorno. Siempre guardó silencio. Hasta la semana que pasó. Quizás Alberto Fernández tomó nota del hastío y, luego de algunas dudas, decidió dar dos espaldarazos públicos al Gabinete. Primero, con una declaración de gratitud a cada uno. También con una cena en Olivos.

Como siempre, el mandatario da un paso hacia adelante y dos hacia atrás. Aquellos gestos fueron una réplica inconfundible a Cristina, disconforme con la gestión. Para mejorarla aspira a colocar gente de su madera en el Gabinete. Por esa razón habló de “funcionarios que no funcionan” y aconsejó “buscar otro laburo” a aquellos ministros que “tienen miedo y no se animan”. Alberto enmendó después su desafío al aludir a supuestos agoreros “que quieren hacernos claudicar y pelear entre nosotros”. La cortina de humo involucraría a los medios de comunicación y a Cambiemos. Sedante para la jefa enfurecida.

La realidad es distinta. El Presidente se siente fatigado por el acoso de Cristina. Hombres de su círculo íntimo le escucharon frases al pasar. Pero conoce la imposibilidad para alterar los términos de la relación en el vértice del poder. Los motivos son variados. El primero: Alberto postergó a los gobernadores del PJ con los cuales, dijo recurrentemente, pensaba gobernar.

Marcela Losardo, ministra de justicia de la Nación. Foto: Federico Lopez Claro

Marcela Losardo, ministra de justicia de la Nación.

Existe otro obstáculo determinado por la historia. Nunca el peronismo, con su impronta movimientista, toleró más de un liderazgo. Ocurrió con Juan Perón en los 50, durante su largo exilio y en la década del 70. Carlos Menem raleó lo antes que pudo la sombra de Eduardo Duhalde. La disidencia (el Grupo de los Ocho) debió hacer rancho aparte. Néstor Kirchner aguantó sólo hasta el 2005 la compañía del ex presidente que lo catapultó después de la crisis del 2001. Cristina aplastó a cualquiera que insinuó asomar la cabeza. Ahora exhibe el liderazgo natural con la vanguardia kirchnerista (La Cámpora) y la sumisión del PJ.

Alberto se anima, sin embargo, a disparar balas de fogueo porque reconoce que, pese a su preeminencia, Cristina tiene límites en ese juego perverso del poder. No está en condiciones de atentar contra la estabilidad del Presidente sin colocar a la Argentina ante una disrupción político-social de derivaciones imprevisibles. La vicepresidenta sigue teniendo la imagen negativa más elevada en la sociedad. Casi a la par de Mauricio Macri. Constituye la fortaleza del hombre que intenta gobernar.

No resultó una casualidad, en medio de tanta hostilidad, que las primeras réplicas a Cristina y al kirchnerismo hayan surgido de Losardo y Felipe Solá. Dos de los funcionarios que Cristina desestima. Casualmente empinados en la función pública solo por Alberto. Ambos actúan sobre un campo minado. La ministro de Justicia tiene la vigilancia de su segundo, el camporista Juan Martín Mena. El canciller padece a su ladero, Juan Tettamanti y al secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Jorge Neme. Se comprende por qué razón la política exterior anda como un barrilete.

Losardo es la figura histórica más próxima a Alberto. De la vida, la universidad, la actividad privada y la política. Cristina no le perdona su pertenencia al universo judicial que ahora quiere desfigurar. Porque la mayoría de sus causas de corrupción no perdieron vigencia. La había hecho renunciar en junio de 2010 cuando se desempeñaba como secretaria de Justicia de Julio Alak. Este hombre está ahora en Buenos Aires con Axel KicillofLa vice pretendería que regrese al sillón de ministro de Justicia de la Nación.

Otro incidente afectó al portavoz del Presidente, Juan Pablo Biondi. Trotamundo del peronismo bonaerense. El funcionario fue apuntado con vigor stalinista por la ex embajadora en Caracas, Alicia Castro, por no haber aplaudido cuando Cristina embistió contra el Gabinete en un acto. Biondi se selló la boca. Según él, dicen los allegados, porque aduce que sólo habla con gente normal. ¿Se habrá enterado la ex azafata bien adulta?

En medio de tanto fuego cruzado, Alberto pretendió sellar una tregua. Retó a su amigo, el diputado Eduardo Valdes, por haber asegurado que se estaban «evaluando» cambios en el Gabinete. No los habrá ahora. Aunque la idea da vueltas en la cotidianeidad presidencial. Hay un escollo insalvable: tiene pruebas de que si genera una vacante sería pretendida por Cristina. Le sucedió con el apartamiento de María Eugenia Bielsa. Al Ministerio de Vivienda llegó el ultra cristinista ex intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi. Se repite en la diplomacia. Solá cesanteó al embajador en China, Luis María Kreckler, por un hecho inexplicable con la compra de vacunas. Su lugar será ocupado por Sabino Vaca Narvaja, funcionario del Senado. Familiar de Florencia Kirchner.

Sabino Vaca Narvaja y el presidente Alberto Fernández.

Sabino Vaca Narvaja y el presidente Alberto Fernández.

La guerra interna produjo una amalgama natural de Alberto con su equipo. El Presidente persigue dos medallas para decorar un año que políticamente ha resultado paupérrimo. Apuesta a la sanción de la Ley del Aborto, el martes próximo en el Senado. Avaló el espectáculo oficial por la campaña de vacunación contra el coronavirus con la importación de Rusia de la Sputnik V que serviría apenas para 150 mil personas. El operativo desnudó todo: la intriga oficial, la mala gestión y la chapucería.

El procedimiento atentaría contra el objetivo perseguido. El virus ha provocado miedo colectivo en el mundo. La celeridad con que debieron experimentarse las vacunas –cualquiera sea su origen- detonó sospechas de la gente. Un ejemplo: el director del Instituto de Enfermedades Infecciosas, Anthony Fauci, se mostró escéptico sobre los resultados de la vacunación en Estados Unidos, que se inició con Pfizer, por la reticencia de millones de personas.

El manejo del Gobierno con la Sputnik V va camino a dinamitar la confianza. La vacuna rusa no posee aún aprobación de estándares internacionales. Varios países -casi ninguno de primer orden- hicieron reservas. Entre ellos México. Que arrancó la campaña de vacunación con Pfizer. Solo se aplica por ahora en Rusia y Bielorrusia.

El Gobierno decidió convalidarla a través de una decisión controvertida. Corrió por cuenta del Ministerio de Salud, a cargo de Ginés González García. Se adujo que hubo previamente una autorización de la Administración Nacional de Medicamentos Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT). El organismo que, según la Ley 27573 votada por el Congreso, dispone de 30 días para su aprobación. Se ampara en la situación de emergencia.

La ANMAT tiene pendiente la evaluación seria. Las urgencias políticas pudieron más. Una delegación del organismo estuvo en Moscú. Desde allí recomendó a Ginés la autorización de emergencia. La breve nota destaca la verificación técnica de los establecimientos y los procesos de fabricación utilizados en los productos y la visita al Centro de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya. No dice nada sobre las exigencias de “bioética que permita su seguridad y eficacia”. Establecido en el artículo 9 de aquella ley sancionada aquí. La ANMAT estaría colocando en juego su prestigio.

El desemboque argentino en la vacuna rusa tiene múltiples aristas. Fue gestionada secretamente por Cristina mientras el Presidente cerraba un acuerdo con el laboratorio británico-sueco AstraZeneca para producir la vacuna experimentada en Oxford. Este producto sufrió una demora por fallas en los ciclos de prueba. En el fondo incidió también el desagrado de la vicepresidenta que vincula a Gonzalez García con el empresario Hugo Sigman. Dueño del laboratorio mAbxience que desarrolla la vacuna de Oxford. ¿Producirá además la Sputnik V? Cristina tiene otro candidato para el Ministerio de Salud. Es Daniel Gollan, que ejerce idénticas funciones en Buenos Aires.

Daniel Gollan, ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires. Foto: Mauricio Nievas

Daniel Gollan, ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires.

Las peripecias con AstraZeneca se conocieron a la luz del día. Con rueda de prensa de Alberto. Las tratativas con la Rusia de Vladimir Putin, siempre de manera opaca. Subterránea. Una característica que se extiende a la vacuna de China. También ocurre en las tratativas con Pfizer. La más usada en el mundo. Para su ensayo la Argentina aportó la mayor cantidad de voluntarios del Cono Sur.

El Gobierno improvisa mientras parece cercado por otra amenaza. Existe un aumento del coronavirus en el AMBA. Nadie sabe si se trata de un rebrote o de la segunda ola que está azotando a Estados Unidos y Europa. Si así fuera, nuestro país se asomaría a un fenómeno: entraría en la segunda fase sin haber salido nunca de la primera. Quizás por el plan de cuarentena que se aplicó a partir de marzo.

El Gobierno cavila restricciones. De hecho, comenzó a tomar algunas con los turistas y países vecinos. Así como se percibe el enorme recelo social con la vacuna rusa, podría darse una desobediencia ante la necesidad oficial de imponer nuevos límites.

El problema no está originado en ninguna arbitrariedad. El Gobierno fue el primero en bajar la guardia después del largo encierro. Por intereses políticos y la crisis económico-social que resulta insoportable. La sociedad parece haberle perdido confianza a su palabra y a su conducta. 

Fuente: Clarín