«Con la democracia se come, se cura y se educa», decía quien ya se había ganado la confianza de la mayoría de los argentinos que aquella jornada electoral del 30 de Octubre lo dejarían demostrado en las urnas.
DANIEL SALMORAL.- Un 30 de Octubre 40 años atrás, los comités radicales a lo largo y ancho del país celebraban alborozados el triunfo electoral de la fórmula Alfonsín – Martínez sobre la de Luder – Bittel y las otras que habían tomado parte de aquellas elecciones históricas, que significaron nada más y nada menos que el retorno a la Democracia y la recuperación del Estado de Derecho luego de la larga y negra noche de una de las dictaduras más sangrientas de la historia universal.
Aquel 30 de Octubre, Raúl Alfonsín, el político que había tenido una dura lucha interna en la UCR, finalmente lograba el objetivo que se había fijado siendo un joven en su Chascomús natal desde donde se lanzó a la vida política, a la vez que militaba activamente en defensa de los Derechos Humanos durante los años del gobierno militar.
Ganaba Alfonsín aquella noche del 30 de Octubre el comicio, pero en realidad eran todos y cada uno de los argentinos que al fin ganaban el derecho a vivir en una sociedad civilizada, sin excesos y con un futuro prominente, dejando atrás tanta violencia descargada sobre la esencia misma del ser humano.
El candidato radical ganaba la elección de manera contundente, entre otras cosas, por su personalidad, su carisma, su discurso creíble, su don de gente, y más que nada porque en su campaña electoral había dejado una frase cargada de esperanzas hacia el futuro que se comenzaba a abrir como el paraguas protector de una sociedad lastimada y desesperanzada.
«Con la democracia se come, se cura y se educa», decía quien ya se había ganado la confianza de la mayoría de los argentinos que aquella jornada electoral del 30 de Octubre lo dejarían demostrado en las urnas.
«En este país no faltan alimentos sino sobran delincuentes», era otras de sus frases con la que describía la dura realidad social que castigaba a un sector importante de la sociedad argentina.
Aquel 30 de Octubre, Alfonsín comenzaba a decir que la Democracia nunca más caería en manos de militares golpistas como había ocurrido en Argentina desde al año 1930, y eso comenzaba a hacerse carne en la gente.
Desde aquel día, la sociedad argentina empezó a pensar que con la «Democracia en el bolsillo», sólo quedaría «ir mejorando» y conquistando más derechos como afirmaba el Presidente recién elegido, pero tristemente la gente se equivocaba.
La falta de compromiso republicano de varios de los que llegarían al poder después fueron deteriorando los principios primarios de los que él hablaba y se comprobaba que no se comía, no se curaba y no se educaba, a la vez que los primeros hechos graves de corrupción desde el Estado comenzaban a ponerse en descubierto.
Lo que siguió luego fue un deterioro acelerado de la credibilidad y confianza en el sistema, el alejamiento de los ciudadanos de a pie de los partidos políticos, los valores democráticos en los que dejó de creer y confiar, para caer rápidamente en facilismos y oportunismos que terminaron bastardeando la Democracia y a quienes habían luchado para traerla de vuelta a fin que siga siendo una esperanza de vida mejor para las generaciones venideras.
Los delincuentes disfrazados de dirigentes que en su nombre usufructuaron en beneficio propio los valores democráticos y los tiraron a la basura, no pueden triunfar y dejar de rodilla a generaciones que trabajaron duramente para traer al seno social la vida racional.
Cuatro décadas han pasado y hoy la Democracia está en sus más bajos niveles de credibilidad.
En una reciente encuesta, más del 52% de las personas consultadas reconocieron que no les importaría vivir bajo regímenes autoritarios, no democráticos, si se les satisfacen necesidades materiales mínimas lo que indica que no guardan consideración alguna por lo que la Democracia representa.
Buena parte de la dirigencia política que se ufanó en este tiempo de ostentar el poder, tiene responsabilidad ante esta triste y alarmante realidad.
Esto no era lo que los ciudadanos, allá por el año 1983, imaginaban que tendríamos cuarenta años después viviendo bajo la tutela de la Democracia y la Constitución.
Viendo la realidad que nos rodea en este 2023 con más del 40% de la población en la pobreza e indigencia; una inflación anual de 3 dígitos; los obscenos niveles de corrupción y la impunidad de la que gozan empresarios, sindicalistas y políticos, más los avanzados procesos de «cartelización» a manos de los popes de la droga; la estafa a la que es sometido el sistema de selección de quienes deben impartir justicia, y el acelerado proceso de «darwinización» a la inversa que viven los recintos legislativos, no resulta exagerado decir que este fue tiempo perdido.
Cuarenta años de Democracia desperdiciados no es poca cosa, pero, como dice Joan Manuel Serrat en una de sus letras más brillantes, «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio»…