El Presidente apostó a los apoyos de su gira europea. Y estalló la interna por el debate sobre los “presos políticos”.
Alberto Fernández y Cristina Kirchner gobiernan en universos paralelos. El Presidente transitó esta semana la órbita del capitalismo consolidado en las grandes democracias del hemisferio norte. Estuvo en Berlín con Angela Merkel y en París con Emmanuel Macron, ambos con sillón en el decisivo directorio ejecutivo del Fondo Monetario Internacional. Estuvo con Pedro Sánchez en Madrid y venía de reunirse con el Papa Francisco en el Vaticano. Su ministro de Economía, Martín Guzmán, también compartió en Roma seminario económico con el Pontífice, sentado junto a la jefa del FMI, Kristalina Georgieva, y a su mentor académico, el Premio Nobel Joseph Stiglitz. En todos esos encuentros, el eje principal fue la deuda de la Argentina. La misma deuda que agigantó hace cuatro décadas la última dictadura militar y a la que ningún presidente de la democracia restaurada en 1983 pudo hallarle una solución definitiva.
“How is Argentina?”, le preguntó Trump a Argüello con una de sus sonrisas temibles y como si no supiera la respuesta. Hizo un gesto formal de apoyo a las dificultades argentinas pero no mencionó ninguno de los puntos conflictivos de la agenda bilateral. No hacía falta. Fernández, Guzmán, el canciller Felipe Solá y Argüello los conocen perfectamente. Cuba, las crisis políticas en Bolivia y en Nicaragua, y el laberinto de la decadencia en que se ha convertido Venezuela estarán en el corazón de la campaña electoral del presidente de EE.UU. a la reelección. Allí es donde tenderán a separarse los universos paralelos de Alberto y Cristina.
En los dos meses que lleva como presidente, Fernández intenta algunas aproximaciones que le den sustento a este experimento de coalición que es el Frente de Todos. Ha modificado mágicamente su opinión sobre la responsabilidad de Cristina en el Pacto con Irán y sobre las circunstancias que rodearon la muerte del fiscal Nisman. Hubiera priorizado las políticas de seguridad del massista Diego Gorgal pero eligió las de su ministra actual, Sabina Frederic, más vinculadas al garantismo K. Y, aunque lo niegue, hubiera preferido que dirigentes como Carlos Zannini, Aníbal Fernández o Martín Sabbatella no regresaran al poder en estos tiempos.
Esos son algunos de los agujeros negros que experimenta Alberto para acercarse a la dimensión de Cristina. A veces resulta pero a veces no. Es lo que sucedió a partir del jueves mientras el Presidente emprendía el regreso de su gira europea y de sus sonrisas con el rey Felipe VI y con los argentinos que viven la diáspora de las devaluaciones crónicas. Su jefe de Gabinete, el joven Santiago Cafiero, opinó en una entrevista que no había “presos políticos” en la Argentina sino que persisten algunas “detenciones arbitrarias”. Era la misma línea conceptual para un tema sensible que días atrás había inaugurado el propio Fernández.
El primero en cruzarlo fue Julio De Vido. Poderoso ministro de Planificación y el único que sobrevivió a las gestiones completas de Néstor y Cristina. Primero se despachó con dos tuits contra Cafiero (“¡cuánto déficit de formación política!”, lo provocó) y, en el mismo hilo, le pegó a Argüello, quien acababa de ser recibido por Trump. “¿Esa es la instrucción que recibió en la Casa Blanca?”, preguntó para arrojar sal en las heridas. De Vido, procesado en varias causas por corrupción en la obra pública y condenado por la tragedia de Once, es uno de los dirigentes a los que el kirchnerismo incluye en el listado reivindicatorio de “presos políticos”.
Claro que la discusión en el circo beat de las redes sociales pasó a mayores cuando la que se involucró fue la ministra de Igualdad y Género, Elizabeth Gómez Alcorta. Formada en la escuela legal del CELS y defensora hasta hace unos meses de Milagro Sala, la funcionaria salió públicamente a atacar a Cafiero, que es su jefe directo en la burocracia del Gobierno. El viernes, apenas llegado de París, Alberto Fernández dispuso un operativo de enfriamiento para ponerle un límite a la batalla interna e inesperada. “Que entienda que cuando le pega a Santiago me está pegando a mí”, se fastidió el Presidente. El encargado de expresar el malestar fue Felipe Solá, quien cruzó a Gómez Alcorta con una frase elegante para el estilo áspero del Canciller. “Lo de la ministra hace ruido”, avisó. Algunas horas después, De Vido interrumpió la siesta del sábado para recordarle a Solá que los asesinatos de los piqueteros Kosteki y Santillán fueron durante su mandato como gobernador. No hay vacaciones de verano para la interna del peronismo.
La exageración de los “presos políticos” del kirchnerismo es otro de los agujeros negros que separan el universo de Alberto y el de Cristina. El primero en transitarla había sido el ministro del Interior, Eduardo De Pedro. Hijo de desaparecidos, opinó hace dos semanas en forma diferente a la que lo hizo el Presidente. “Wado”, como lo llaman, constituye junto a Máximo Kirchner la dupla política que interconecta los dos universos paralelos del peronismo. La actitud que ellos dos asuman para casos como éstos en el futuro definirá buena parte del éxito o del fracaso del Frente de Todos.
Fuente: Clarín