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Fernández bajo presión de los acreedores y del kirchnerismo – Por: Sergio Crivelli

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El presidente tiene dos frentes abiertos. Con los acreedores le fue mal. Sufrió además la interferencia de CFK que hostigó al FMI del que esperaba apoyo para poder reperfilar la deuda.

Le duró poco la luna de miel a Alberto Fernández. Apenas dos meses después de haber asumido debe combatir en dos frentes simultáneos y en inferioridad de condiciones, lo que vuelve dudosas, por decir lo menos, sus posibilidades de éxito. Puso al tope de su agenda el problema de la deuda y todo lo que recogió hasta ahora en ese terreno fueron reveses en las primeros escaramuzas con los bonistas. A esto debió añadir las ostensibles presiones de su vicepresidenta. Fuego amigo.

En verdad esas presiones habían comenzado hace casi tres semanas por parte de dirigentes de segunda fila del kirchnerismo. Estaban, por otra parte, circunscriptas a los problemas judiciales por corrupción de la ex presidenta y de algunos presos como Milagro Sala, D»Elía o Boudou.

Pero el 8 Cristina Kirchner redobló la apuesta, cambió de blanco y en lugar de contra el «lawfare» embistió contra el FMI, acusándolo de fraudulento por haber otorgado un préstamo a Mauricio Macri que le permitió sortear el default, controlar el dólar y llegar al final de su mandato. Alberto Fernández dijo amén al ataque y su ministro Martín Guzmán, otro tanto, pero el problema es que critican al Fondo al mismo tiempo que pretenden conseguir de la misión que está en Buenos Aires un «staff level agreement» para sentarse a negociar con los bonistas. No es que se les escape la incongruencia, sino que están obligados a practicar voluntariamente la esquizofrenia.

Por lo demás la esquizofrenia no se limita al FMI, sino que impacta en toda la política exterior. Cristina Kirchner mandó su mensaje desde Cuba después de la gira de Alberto Fernández por el Vaticano, Israel y Europa pidiendo ayuda con la deuda. La ocasión lo había mostrado moderado, alejado del chavismo, casi occidentalista. También por esos días el embajador Jorge Argüello trasmitía que Donald Trump estaba dispuesto a respaldar a la Argentina. El misil de la ex presidenta desde La Habana demolió esa improvisada construcción.

Pero no todos los problemas han de atribuirse al doble comando o a los rencores persistentes de la ex presidenta. Fernández y Guzmán cometieron errores propios con la deuda. En primer lugar, Guzmán gastó reservas que son escasas en pagos a los acreedores sin recibir una señal de futura flexibilidad y sin amenazarlos con una moratoria unilateral. El momento era después de la sanción de la ley de emergencia. El costo todavía podía pasárselo a Macri.

Optó por ajustar a los jubilados y a los contribuyentes, pero a los bonistas les pagó sin chistar. Ahora amaga con dejar de hacerlo. Tarde.

Segundo, Macri había cumplido con las metas impuestas por el FMI (lo que le costó la elección), pero el organismo no entregó 11 mil millones de US$ pendientes después de que el peronismo ganó las PASO. Fernández no los reclamó. Con esos 11 mil millones hubiera resuelto muchos de sus problemas más acuciantes.

Tercero, la estrategia de Kicillof fue un fracaso. Amenazó a los tenedores de bonos para después pagarles todo al contado. Pero a Guzmán no le fue mejor. Después de que el mercado no le aceptara las reprogramaciones, defaulteó una obligación pagable en la moneda que emite.

Otro error táctico fue la presentación de Guzmán en el Congreso. El presidente había dicho que estaba jugando al póker; su ministro dio vuelta toda sus cartas y no eran buenas. Dijo que no puede pagar y que no va a pagar. Dijo que recién en 2023 tendrá un superávit mínimo, por lo que durante todo el mandato Alberto Fernández difícilmente los bonistas vean un dólar.

No dijo, en cambio, cómo va a cubrir el déficit de los próximos tres años sin acceso al crédito. ¿Emitirá?
Se esperaba que recibiría el apoyo de la oposición y de las corporaciones, algo que no ocurrió. Para peor planteó un panorama doméstico desolador. El crecimiento demorará hasta 2026, lo que abre un interrogante para el oficialismo, porque de cumplirse los tétricos escenarios que describió Guzmán con absoluto realismo, las elecciones del 2021 no serán un paseo para quienes respalden al gobierno, sino una caminata por el desierto.

En síntesis, el presidente entró en zona de definiciones con los acreedores en una posición de dureza y su vicepresidenta dinamitando los puentes con el FMI. Debe así cruzar entre Escila y Caribdis con remeros que no se sabe las órdenes de quién obedecerán si las condiciones empeoran.

Fuente: La Prensa