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Los políticos se acusan entre ellos de ser barrabravas (y el coronavirus avanza) – Por: Miguel Wiñazki

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DANIEL SALMORAL.- Sin duda tienen una gran eficiencia para ahondar en el sufrimiento de la gente. No se puede viajar en los trenes si alguien no es “esencial”. Entonces son innumerables los que se apabullan apretujados en los colectivos, sobre todo en aquellos que circulan por el conurbano. 

Mientras tanto los altos comandos oficialistas y opositores se acusan a sí mismos y mutuamente de ser barras bravas.

La clase política es la que está colapsada y confundida. Pero casi ninguno de ellos sube a un colectivo.

Una senadora, Beatriz Mirkin, afirmó que no sabe bien qué votaba en relación al impuesto a las ganancias porque “los temas tributarios son extremadamente difíciles”.

A confesión de parte….

Hay una plaga de irresponsabilidad y de ignorancia también.

Mirkin había sido denunciada por “encubrimiento agravado” del presunto abuso sexual del que se acusa a José Alperovich. Esa causa, explican desde Tucumán, está en un agujero negro. Nadie ha podido determinar si fue solicitada la debida investigación o si fue desestimada.

La pandemia ingresa y se expande por las puertas abiertas de la ineficiencia vertical argentina. Desde el poder, imponen lo que no se cumple, e incumplen lo que debería moralmente imponerse: se han distribuido vacunas para sí, excluyendo de las mismas a quienes más las necesitan.

“Imbéciles”, “miserables”, les vociferó el Primer Magistrado a los descreídos de la palabrería oficial. La vicepresidenta acusó de barra bravas a los senadores opositores. Los opositores calificaron de barra brava al Presidente.

El coronavirus mientras tanto ataca a través de los viaductos abiertos por la inútil charlatanería.

Un grupo de anti científicos se manifestó frente a la Casa Rosada aullando una consigna loca: “El coronavirus no existe”, agitaban.

Era curioso, muchos usaban barbijo.

La razón se quiebra como un espejo.

Las vacunas se terminan, afirman desde la política misma. Pero otros aseguran que llegarán y serán millones.

La angustia crece.

El jueves los piqueteros salieron a las calles.

Se aglutinaron en la 9 de Julio. Cortaron sí el Puente Pueyrredón y la Panamericana.

No fueron los banderazos menospreciados de la “clase media”.

La protesta social no cede y crece.

Hay hambre, indignación dispersa en su exhibición, pero sostenida y en alza.

El control policial sobre las restricciones es arbitrario según las regiones del país, o inexistente, o literalmente abusivo allí donde los feudos se descontrolan sometiendo a diestra y siniestra.

La inflación es demoledora.

Hay un padecimiento que se está profundizando.

El viernes, muy temprano bajo la lluvia, las paradas de colectivos eran en conjunto una escenografía dolorosa.

Bajo el agua, la siluetas quietas empapadas, esperando y tolerando, y nadie sabe bien hacia dónde vamos. ¿Cuál es el destino?

Las promesas son fáciles de enunciar y difíciles de cumplimentar.

¿O es mera indolencia y sólo se propalan augurios bajo la certeza de que no habrán de cumplirse?

Escribió el poeta Hamlet Lima Quintana, experto en travesías laborales a través del inhóspito, carcelario y trágico tren Sarmiento: “Este andén está quedando un poco chico. ¿Cómo entro ahora al tren si hay gente hasta en la puerta? Un empujón y ya está. Como todos los días. Vamos todos apretados, todos callados, todos enlatados, todos para adentro. Pero claro. Tienen razón, sería ridículo entrar y decirle: Buenos días a cada pasajero…”.  Si transitamos de manera inhumana, la inhumanidad abre las compuertas del silencio, o del grito, y cierra las ventanas del aire fresco de la vida.

Ayer, antes de las ocho de la mañana, desde Moreno a Morón, la gente viajaba así, pegados los unos a los otros, inmersos en la densitud viral del aire. En Morón se solicitaban permisos y salvoconductos y muchos descendían. Partían a apretujarse a los colectivos.

Ahora transitar es nuevamente una restricción, pero no se restringe en todas partes. De Moreno a Morón ayer era válido contagiarse, ya en Morón había que tomar distancia dentro de los trenes, pero dentro de los colectivos en principio no. ¿Y en José C. Paz? ¿Y en las estribaciones de Merlo? ¿Y en el gran La Plata?

¿Y en Wilde? ¿Y en el gran Rosario?

Una joven ─es literal─ tiene a su madre con cáncer en su casa en la villa 31 de Retiro. Todos apretados en un ambiente. Uno de sus cuatro hermanos tuvo un contacto estrecho con un compañero con COVID. Ella trabaja como empleada doméstica. Le recomiendan que su hermano se distancie de su madre y de sus otros hermanos, que duerman en otra habitación.

─No tengo otra habitación.

Y es así.

Es la lógica de Alicia en el País de las Maravillas, pero sin maravillas. Anunciamos las restricciones que serán No restricciones.

El coronavirus es sordo a la demagogia.

Y está ávido de las catástrofes de la coherencia.

Fuente: Clarín