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Mis regalos al poder, una cosa recontra seria – Por: Carlos M. Reymundo Roberts

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DANIEL SALMORAL.- Desde hace 20 años tengo la costumbre de dejar regalos en los arbolitos de Navidad de nuestros líderes. Costumbre entrañable para mí, que acometo con el espíritu propio de estas fechas; pero que, lamentablemente, no siempre es recibida con el mismo ánimo. Cristina, por ejemplo, me los rechaza. Máximo los revolea. Macri ni se entera. A Alberto, agregado a mi lista hace dos años, siempre le parecen poco. En 2019 quise halagarlo con un manual sobre teoría del delito, que es la materia que da en la UBA, y me lo devolvió con el siguiente mensaje: “No entiendo una sola palabra”.

Conformar a un presidente nunca es fácil. Incluso a este, que vive atormentado por los presentes griegos de su vice. Le estuve dando vueltas al asunto durante por lo menos un mes. Lo primero que se me ocurrió fue mandarle, enmarcada, la foto de la fiesta de Fabiola en Olivos, con un texto breve al pie, pletórico de buena onda: “Señor, nadie les quita lo bailado”; pero supuse que me iba a contestar que esa noche tampoco bailaron tanto. Después pensé en sorprenderlo con una lista de candidatos a ministro de Economía: tipos grosos, idóneos técnica y políticamente; lo descarté porque asesores del Presidente me dijeron que seguramente iba a consultar esa lista con Martín Guzmán. Al final me decidí por un libro que es un clásico de la literatura política: Elogio de la traición (Gedisa, 1997), de los franceses Denis Jeambar e Yves Roucaute; una apuesta segura: Alberto lee “traición” y se zambulle.

Por cierto, yo lo leí hace años por recomendación de Sergio Massa. “Es la Biblia”, me dijo.

Lo de Máximo fue fácil: un mapa de la provincia de Buenos Aires, distrito en el que ahora preside el PJ; me dicen que pidió una tijera y que solo se quedó con La Matanza, Avellaneda y algunos partidos más, al grito de “odio la pampa húmeda, odio la patria sojera”; Maximito, te pido por favor más respeto, que a tu padre le encantaba comprar campos y ponerlos a nombre de Lázaro Báez.

«Lo primero que se me ocurrió fue mandarle, enmarcada, la foto de la fiesta de Fabiola en Olivos, con un texto breve al pie, pletórico de buena onda: ‘Señor, nadie les quita lo bailado’»

En el caso de Juan Manzur, opté por un despertador; ojo, un despertador recontra techie: en vez de sonar una alarma martirizante, se escucha una voz de mujer que repite: “Arriba, futuro presidente de los argentinos”. Si va a madrugar, que sea por una causa más excitante que comandar la Jefatura de Gabinete de Meme Fernández.

A Aníbal le regalé un Gaturro gigante, y tardó medio minuto en llamar al Grupo Especial de Operaciones Federales (el temible GEOF) para que se lo llevaran detenido. A Martín Guzmán, un escudo de la Universidad de Columbia con su lema, “In lumine tuo videbimus lumen”, latín que yo le traduje libremente: “Si en tu luz veremos la luz, estamos en el horno”. A Kreplac, una frase muy de su estilo, para que la use cuando quiera: “Los ricos no solo contagian el Covid, sino que transmiten un virus mucho más letal: el mérito”. A Santiaguito Cafierito, una reproducción de su nombramiento como canciller, porque todavía no se lo cree. A Fernanda Vallejos, que pidió que el FMI indemnice al país, el diploma de humorista del año (después me acordé de que al Presidente lo llamó “okupa”, “mequetrefe” y “atrincherado”, lo cual no es tan gracioso). A Vicky Tolosa Paz, un papel de diez metros de largo por dos de alto: “Para tu colección de papelones”, le puse; todavía no me lo agradeció.

A la flamante diputada radical cordobesa Gabriela Brouwer le mandé un video de la sesión de Diputados en la que el oficialismo consiguió aprobar por un voto los cambios en el impuesto a los Bienes Personales; flor de mala suerte la de Gabriela, que se perdió el debate por haber viajado para abrir un comité en Disney.

El muy pillo de Macri me pidió que le escribiera un texto sobre los dos primeros años del actual gobierno, con la excusa de que quería usarlo como material de análisis en un encuentro navideño con jóvenes de Pro. Tremenda sorpresa cuando lo vi publicado como carta pública con su firma; pero aclaro que es un agregado de él la parte en que dice: “Alberto, ¿de grande no te gustaría ser presidente?”.

El peor momento fue decidir qué colgaba en el árbol de Cristina; como que no le falta nada. Le pedí ayuda a Parrilli. “Pensá en algo inmaterial”, me sugirió. ¿Algo inmaterial? ¿Una canción, un poema, un emoji? “No, imbécil: un fallo de un juez, un tuit que la elogie, un mensajito tuyo personal y cariñoso. Cualquier cosa menos tu libro Las cartas secretas de Cristina, porque pasó por una librería, lo vio en la vidriera y le hizo fuck you”.

Me gustó lo del mensajito personal. Bueno, no tan personal porque se lo mando por acá: “Cris, le tengo una sorpresa especialísima. Sé que le va a encantar. ¿Está preparada? ¡En enero me tomo vacaciones!”.

Ella es feliz con tan poco…

Feliz Navidad y hasta la vuelta.

Fuente: La Nación