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La estrepitosa caída de la imagen presidencial – Por: Fernando Laborda

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DANIEL SALMORAL.- A medida que fue creciendo la percepción de que Cristina Kirchner consolida su poder, el presidente Alberto Fernández siguió experimentando una caída en su imagen a lo largo del último mes y sus valoraciones positivas registraron un descenso cercano a los 28 puntos desde la última semana de marzo hasta mediados de septiembre.

Así lo demuestra la secuencia de mediciones realizadas por la consultora Synopsis. Según estos datos, el presidente de la Nación, al poco tiempo de haber anunciado la cuarentena para hacer frente al coronavirus, había alcanzado una imagen positiva, con apertura de punto medio, del 69,2% y hoy esta solo se ubica en el 41,4%. Su imagen negativa, en igual período, pasó del 28,8% al 56,1%.

La explicación de este fenómeno conjuga el empeoramiento de la situación socioeconómica y la crisis de expectativas con una mayor preocupación por la inseguridad. Pero también pasa por el avance de la vicepresidenta de la Nación en la gestión gubernamental y su creciente influencia en la configuración de la agenda política, junto a la percepción de un Presidente que se ha debilitado, tanto por el papel preponderante de Cristina Kirchner como por las contradicciones que viene exhibiendo su discurso público.

A esa imagen de primer mandatario debilitado han contribuido otras figuras políticas, como el expresidente Eduardo Duhalde y el flamante embajador en España, Ricardo Alfonsín. El primero, con sus declaraciones en las que calificó a Fernández como «grogui» y el segundo, cuando expresó horas atrás que el actual jefe del Estado está sufriendo lo mismo que su padre, Raúl Alfonsín, aunque no imaginó que ese proceso iba a suceder tan pronto. Ni Duhalde ni Alfonsín le hacen un favor al Presidente, en función de que una de las peores cosas que le puede ocurrir a un jefe de Estado argentino, en términos de opinión pública, es que se lo perciba como débil.

El reciente conflicto policial en la provincia de Buenos Aires y los recurrentes banderazos contra la impunidad también han golpeado la imagen de Alberto Fernández. Como señala el analista Rosendo Fraga, la experiencia argentina, desde 1983 hasta nuestros días, muestra que perder el control de la calle implica para un gobierno la pérdida del poder en forma total o parcial. «El episodio bonaerense fue el emergente de una situación preexistente en la que ha sido importante la debilidad del Presidente dentro del oficialismo», puntualizó.

Ese estado de aparente debilidad presidencial creció paralelamente con la percepción general de que Cristina Kirchner ha reasumido el poder, dando lugar a un fenómeno excepcional caracterizado por una suerte de hipervicepresidencialismo.

Lentamente, la relación entre el presidente de la Nación y su vicepresidenta tiende a convertirse en tóxica, como se cataloga a las relaciones de pareja donde al menos una de las partes sufren más de lo que gozan y experimenta un creciente desgaste emocional intentando persuadirse de que se puede salvar esa unión.

Alberto Fernández probablemente reconozca íntimamente que su relación con Cristina es tóxica desde el momento en que, hasta poco antes de ser ungido como su postulante presidencial, venía sosteniendo públicamente que «o Cristina es candidata o se va a su casa y libera a todas las fuerzas». Advertía así sobre lo inconveniente de un poder paralelo «desde Uruguay y Juncal» (en referencia al domicilio de la expresidenta en el barrio de la Recoleta) sobre un primer mandatario puesto por ella. Lo cierto es que ha sido peor que eso: hoy Cristina Kirchner maneja el poder desde el Senado de la Nación.

El avance cristinista ha sido creciente y se ha tornado evidente en los últimos tiempos, con el desplazamiento de tres magistrados como Leopoldo Bruglia, Pablo Bertuzzi y Germán Castelli, involucrados en la investigación de causas judiciales sobre corrupción de la era kirchnerista. Más allá de eso, Cristina Kirchner logró paralizar otras causas, consiguió que la gran mayoría de los exfuncionarios y empresarios ligados a ella que estaban detenidos fueran excarcelados y ganó espacios de poder en la administración gubernamental, que suponen el manejo de grandes recursos económicos, tales como la Anses, el PAMI y el Ministerio de Desarrollo Social bonaerense.

Pese a que el rol protagónico y absorbente de la vicepresidenta transmite la pauta de un presidente sometido, que se mueve como un súbdito de la líder del kirchnerismo, y le hace perder apoyos entre un porcentaje no menor de votantes independientes que lo respaldaron en las elecciones generales de octubre pasado, cerca de Alberto Fernández por ahora no se alienta un distanciamiento respecto de Cristina. Por el contrario, se sobreactúa una supuesta armonía entre ambas figuras políticas.

La ecuación que haría el propio primer mandatario es que, en el actual escenario, una ruptura prematura con quien catapultó su candidatura presidencial constituiría un error que podría pagar muy caro. La renuncia de Carlos «Chacho» Alvarez a la vicepresidencia de la Nación en el año 2000 y su ruptura con Fernando de la Rúa fue un durísimo golpe contra este, pese a que aquel no tenía ni la cuarta parte del poder que hoy ostenta Cristina Kirchner. Hoy la vicepresidenta controla el mayor número de senadores y diputados nacionales de la fuerza gobernante y, por si esto fuera poco, la situación socioeconómica limita la capacidad de maniobra de Fernández para emprender un camino más autónomo.

Fuente: La Nación