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La carta despechada de quienes prometen lo que no hay – Por: Francisco Olivera

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DANIEL SALMORAL.- En el instituto Gamaleya están muy molestos con la Argentina. No pueden entender que la carta de reclamo por la demora en las vacunas que Cecilia Nicolini, asesora de Alberto Fernández, le envió el 7 de este mes a Anatoly Braverman, primer director adjunto del Fondo Ruso de Inversión Directa, haya tomado estado público. “¿Cómo un asunto privado puede haber llegado a los diarios?”, se quejaron a La Nación desde Moscú en la madrugada del viernes.

Rusia tiene históricamente una diplomacia orgánica. Jamás, por ejemplo, se saltearía una embajada en una comunicación de Estado a Estado. Y los temas que su burocracia decide politizar están en general más relacionados con su agenda global estratégica, no con las transacciones bilaterales. Además del hecho en sí, lo que impresionó del texto revelado anteayer por Carlos Pagni es el lenguaje que usó la funcionaria. “Es una carta despechada”, evaluó un testigo del enojo del laboratorio.

No es en realidad la primera sorpresa con el gobierno de Alberto Fernández. Al Kremlin ya le llamó la atención la cantidad de meses que la Argentina estuvo sin embajador en Rusia. El retraso, que duró un año, se explica por indefiniciones típicas de esta coalición gobernante: el pliego de la designada, Alicia Castro, se demoraba en el Senado por la cuarentena y porque la exdirigente sindical dudaba por motivos personales y diferencias operativas con el canciller Felipe Solá. Entre ellas, la provisión de un ascensor por razones de salud para su residencia en Moscú. La suposición general de que Castro es una dirigente de buena relación con Cristina Kirchner disuadió durante varios meses a la Casa Rosada de pedirle la renuncia y, como consecuencia, la embajada estuvo vacante hasta febrero de este año. El Gobierno nombró finalmente a Eduardo Zuain, un santiagueño cercano al gobernador Gerardo Zamora. Que Zuain hubiera sido en algún momento de su carrera vicecanciller –secundó a Héctor Timerman en el último gobierno de Cristina Kirchner– significaba un gesto de valoración diplomática hacia una nación que, como definió con ironía ante este diario un conocedor de la geopolítica, “se autopercibe igual que Estados Unidos”. Pero las versiones periodísticas de que no se trataba del preferido de Alberto Fernández volvieron a desencadenar dudas en Moscú: ¿por qué se enviaba a un embajador a quien el jefe del Estado no quería? La inquietud obligó a Alberto Fernández a sobreactuar en su siguiente conversación con Putin: habló varias veces de Zuain como “mi amigo”.

A los rusos les preocupa más la filtración que el responsable de haberlo hecho. Esa es más una urgencia de la Casa Rosada, donde culpan a la oposición, cuyos diputados pudieron haber tenido acceso al expediente en la Comisión de Salud. En las empresas llegaron a pensar peor: están convencidos de que todo puede haber sido una picardía de quienes no le tienen simpatía ni a Gamaleya ni a Cecilia Nicolini, una asesora que llegó al cargo recomendada por Marco Enríquez-Ominami, amigo de Alberto Fernández y el diplomático que conectó al Presidente con el Grupo de Puebla. En los laboratorios valoran el trabajo de la asesora. “Es una leona trabajando: gracias a ella, la Argentina tiene más vacunas de las que podría tener en este momento”, la definió un ejecutivo del sector. La política es en cambio más recelosa. Hay quienes no le perdonan su rápido crecimiento en el Frente de Todos. No habría que descartar que hubieran sido los mismos que se encargaron de hacerle llegar a Felipe Solá, hace un par de meses, un sueño personal que Nicolini deslizó en privado ante otros tres confidentes: llegar a canciller.

Los empresarios creen que incidentes como el de la carta desgastan la figura del Presidente. Fue él quien, después de un año difícil en la administración de la pandemia, intentó ordenarla delegando en Nicolini y en Carla Vizzotti la gestión de las vacunas. Y también quien le agradeció por Zoom a Putin el 4 de junio, un mes antes de la carta de su asesora, el aporte de la Sputnik V. Lo hizo a la manera de Alberto Fernández: enfáticamente. “La verdad es que estamos muy conformes con los logros que hemos alcanzado vacunando a nuestra gente con la vacuna salida del instituto Gamaleya y financiada por el Fondo Soberano de la Federación Rusa. Créame, señor presidente Putin: le estamos inmensamente agradecidos”, dijo, mientras el líder del Kremlin miraba serio, inconmovible pese a la traducción en simultáneo.

El problema con la Sputnik V empezó en realidad bastante antes de la epístola de Nicolini. El contrato, que llevó al Presidente a ilusionarse con recibir 25 millones de dosis durante el verano pasado, arrastraba ya una falla de origen que la industria de los laboratorios no desconocía: Rusia tiene una histórica capacidad científica, pero no tanto industrial para ese rubro, y ha sido siempre más una potencia de investigación que un líder farmacéutico. Para peor, la Argentina apostó a ese proyecto en simultáneo con otro que también tuvo demoras, el de AstraZeneca, que trajo Hugo Sigman. ¿Está atrasado o no está atrasado AstraZeneca?, le preguntó anteayer Ernesto Tenembaum a Nicolini en Radio con Vos? La funcionaria fue extremadamente cuidadosa: “Lo que pasa es que es un cronograma que vamos dando cada semana. Al día de hoy, con lo que les han mandado del nuevo cronograma, empiezan a cumplir: estamos recibiendo cada semana las vacunas que esperamos. Pero con esto tenemos que ser responsables: nos van mandando cada semana la disponibilidad”, dijo, y graficó el flujo de entrega con una metáfora de casamiento a las 5 AM: “Esto es como si saliera la pizza del horno y nos la mandan”.

El país quedó entonces expuesto a prometer lo que todavía no existe. Es en realidad una propensión argentina que trasciende al Covid. Se ejerce por ejemplo desde el Ministerio de Trabajo, donde últimamente solo se convalidan paritarias desde un piso del 45% de aumento. Para los empresarios es un problema. “Están repartiendo caramelos que no hay”, protestó uno de ellos. El caso más cabal de estas tensiones acaba de darse en el sector de la salud: ayer, en plena pandemia, clínicas, sanatorios y hospitales privados postergaron cirugías, consultas y estudios de diagnóstico por un paro de 12 horas liderado por Héctor Daer. El líder del sindicato de la sanidad había empezado reclamando 33% hace dos meses, pero, después, ante el 45% que Moyano conseguía para Camioneros, se sintió obligado a subir. Se lo explicó él mismo personalmente a Alberto Fernández. Como los empresarios dependen de aumentos a las prepagas que el Gobierno no está dispuesto a elevar en más del 29,5%, el resultado es peor de todos: una medida de fuerza en medio de los contagios y las muertes.

Daer se juega en la negociación más que la paritaria: intuye que los Moyano pretenden desplazar a Juan Carlos Schmid de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte, una entidad estratégica para ganar el control de la CGT. “¿Qué paro tiene sentido sin el transporte? A Schmid le falta poder porque no se puede bloquear el agua”, evaluó un dirigente gremial.

Son exigencias propias de un año electoral. Pero la Argentina parece empecinada en volverlas estructurales: estancada económicamente desde hace al menos diez años, vive una campaña eterna en la que reparte cada vez menos riqueza y más ilusiones.

Fuente: La Nación